05 febrero 2008

Lección de Carver [dedicado a S. M.]


Raymond Carver (1938-1988) desconfiaba del “lenguaje hinchado” y creía, como Pound, que “la máxima precisión en el decir es la única moral de la escritura”. Por precisión entendía “la honestidad en el uso del lenguaje para expresar con exactitud lo que se quiere expresar y obtener los resultados que se pretenden obtener”. Consideraba a Chejov el mejor escritor de relatos de todos los tiempos porque escribía sólo sobre las cosas que importan (el amor, la muerte, los sueños, la ambición…) desde “el compromiso con una forma de escribir muy precisa, reflexiva y meticulosa de la vida cotidiana”.

Apreciaba los relatos que trataban sobre personas enfrentadas a conflictos vitales que les obligaban a tomar decisiones poniendo en juego sus destinos, personas a quienes les ocurren cosas que alteran sus puntos de vista sobre el mundo y sobre sí mismos.

Consideraba el método realista como el más adecuado para narrar “los comportamientos humanos y la moral que implican”, una narrativa de “hechos y consecuencias”, “emoción y valores”, capaz de tocar al lector tanto desde el punto de vista emocional como intelectual, haciendo que la historia relatada pase a formar parte de su experiencia vital (“en la verdadera literatura, el significado de una acción se traslada a la vida del lector”).

Le gustaba esta frase de Hemingway: “Busca lo que te provoca emociones; que la vida sea lo que te conmueva. Luego escríbelo del modo más claro posible para que pase a formar parte de la experiencia de la persona que lo lea”. Captar la verdad humana de una situación exige talento para recoger con meticulosidad los detalles de la vida cotidiana. Una historia provoca lo que Carver llama un “shock del reconocimiento” cuando el lector capta su relevancia humana porque el autor ha sido capaz de iluminar una parte de la realidad cotidiana gracias a su talento para ver más que los demás, con más atención o agudeza. “El talento, incluso la genialidad, es la capacidad de ver lo que todos vemos, pero de un modo más claro, desde todas las perspectivas posibles”.

Creía en la redención curativa de la literatura: “Hay pocas verdades absolutas en esta vida y haríamos bien en intentar tenerlas presentes”.

[Todas las citas han sido extraídas del libro:
Carver, R. (2005). Sin heroísmos, por favor. Bartleby Editores. Madrid].
Un poema de Carver:
Octubre. En esta cocina húmeda y tan poco acogedora
examino el desconcertado rostro de mi padre cuando era
joven.
Sonríe tímidamente, sujeta con una mano el cordón
de una perca dorada y en la otra
una botella de cerveza Carlsbad.
En vaqueros y con una camisa de algodón, se apoya
contra el guardabarros delantero de un Ford de 1934.
Le gustaría aparentar fuerza y decisión para la
posteridad,
con su viejo sombrero inclinado sobre la oreja.
Toda su vida mi padre quiso ser un tipo seguro.
Pero los ojos le delatan, y las manos,
al mostrar blandamente el cordón de la perca
y la botella de cerveza. Padre, te quiero,
pero ¿cómo puedo darte las gracias, yo, que tampoco sé
coger una botella,
y que ni siquiera conozco los sitios donde se pesca?

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