30 enero 2007

El método Kapuscinski (II)

Kapuscinski ha sido un crítico mordaz de las inexactitudes en los reportajes. “La ignorancia de los corresponsales es a veces asombrosa”, ha dicho. “Durante las huelgas de agosto de 1981 en Gdansk, donde nació Solidaridad, la mitad de los periodistas que llegaron para cubrir los acontecimientos no hubieran sido capaces de situar a Gdansk en el mapa. Menos todavía sabían de Ruanda en la época de las matanzas de 1994. Muchos de ellos ignoraban las causas y las razones que había detrás del conflicto”. Siempre decía que antes de escribir sobre algo hay que documentarse a fondo y leer libros (él leyó 200 antes de viajar a África). Una de las grandezas del maestro Kapuscinski, dice Arcadi Espada, fue “recordar al periodismo que el analfabeto no ve”.

Consideraba Kapuscinski que la constante profundización en los conocimientos es una de las claves del buen periodista . “En el periodismo la actualización y el estudio constantes son la condición sine qua non. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por es necesario estudiar y aprender constantemente. Tengo muchos amigos de una gran calidad junto a los que empecé a ejercer el periodismo y que a los pocos años desaparecieron en la nada. Creían mucho en sus dotes naturales, pero esas capacidades se agotan en poco tiempo; de manera que se quedaron sin recursos y dejaron de trabajar”.

Ha sido, sin embargo, más ambiguo en cuanto a las relaciones entre periodismo y literatura y nunca estableció unos límites claros sobre los recursos estilísticos y las licencias poéticas que un reportero se podía permitir.

Cuenta Espada que los dos primeros libros de Kapuscinski (El sha y El Emperador) publicados en España causaron sensación. No eran textos embellecidos por recursos estéticos sino la belleza del relato de hechos arrancados a la realidad y comprobados: “Nunca pensamos que el periodismo pudiese alcanzar semejante belleza. Hasta aquel momento la belleza era una mina explotada, en régimen de monopolio, por la ficción. Es cierto que habíamos leído algunos textos periodísticos embellecidos, casi todos ellos pertenecientes al llamado nuevo periodismo. Pero la belleza siempre implicaba un corrimiento de tierras: cuanto más bellos menos periodísticos. Sin embargo la narración sobre el hombre que en una habitación de hotel desplegaba el álbum de la dictadura del Sha, fotos, grabaciones, textos e iba adhiriéndolo lentamente y para siempre en nuestra conciencia; o bien sobre el que de noche, por los suburbios de Addis Abeba, iba en busca del servidor del Negus que limpiaba los zapatos de los embajadores durante la presentación de sus cartas credenciales en palacio (y es que el perrito del Negus se les meaba) en esas narraciones, digo, la belleza no era decoración sobrevenida, sino que formaba parte indisoluble de la verdad”.

Con motivo de su muerte ha habido unanimidad en los elogios:

El enviado de Dios

El mejor reportero del siglo

Sin embargo, algunos textos rescatados en Internet despiertan algunas dudas. John Ryle reveló en una crítica publicada en Times Literary Supplement [“Tales of Mythical Africa”] en 2001 las numerosas inexactitudes en las que incurre Kapuscinski en sus libros de reportajes. Incluso le achaca puras invenciones. Sobre todo en el libro El Emperador, sobre el dictador etíope Haile Selassie, donde se abusa de las fuentes anónimas y que, al parecer, más que un retrato fiel del país africano es una alegoría sobre el régimen comunista polaco. Denuncia también este crítico que con un acercamiento a la realidad africana que le emparenta con el Corazón de las tinieblas de Conrad, retratando una realidad de absolutos y extremos, en algunos capítulos de Ébano el estilo de Kapuscinski se aleja de los hechos para aproximarse a lo simbólico y lo fantasioso. Con un modo de escribir “barroco tropical” nada puede resultarnos cotidiano, corriente o familiar, advierte el crítico.

La crítica no puede ser más demoledora: Su obra es “una variedad de colonialismo literario” que sacrifica la verdad y la exactitud y falsifica la realidad de los africanos. Y concluye Ryle diciendo que los reportajes africanos de Kapuscinski pueden tener un brillante encanto, estar llena de iluminaciones y desprender una viva simpatía por las gentes sobre las que escribe, pero no se pueden tomar seriamente como una guía de la realidad, que es lo peor que se puede achacar al periodismo. Porque en el fondo hay una ambigua actitud sobre lo que es un reportaje y su atracción por la poesía y la ficción. No hay respeto por los hechos ni esfuerzo de comprobación, sino mito y literatura.

A pesar de todo, las ideas de Kapuscinski se mantienen intactas como motivo de inspiración para el buen periodismo: “Mi principal trabajo, y el más obsesivo, ha sido el de buscar una escritura que sirviera para describir lo real”. Y para hacerlo, lo esencial era contar lo que ha visto y oído. Decía que es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de su vida. “Para comprender y describir el mundo, hace falta recoger gran cantidad de material y, para ello, uno tiene que salir de su tierra, viajar, conocer a personas que nos relaten sus historias. Nuestra escritura es el resultado de lo que hemos visto y de lo que nos ha contado la gente. Los reporteros somos el resultado de una escritura colectiva. El material de nuestros textos lo constituyen los relatos de cientos de personas con las que hemos hablado”.

Sus libros surgen de un esfuerzo continuo de contacto y distancia, cercanía y alejamiento, palabras vivas y documentación, inmediatez y reposo. “Nunca he escrito mis libros sobre el terreno ni el instante; algunos, muchos años después. Sólo así podía entrar, como Herodoto, hasta el fondo de las cosas. Lograba superar el carácter telegráfico de los despachos de agencia empleando un lenguaje distinto. Mis viajes de trabajo se convirtieron en la forma de recargar las baterías del historiador-escritor. Cuando tenía un día libre, tomaba apuntes o cogía la cámara de fotos para fijar (como se ve en mi álbum Desde África) rostros, colores y todas las cosas que, por desgracia, no es posible describir con números y datos. Siempre he intentado unir el lenguaje rápido de la información con la lengua reflexiva del cronista medieval. Mis libros y mis fotos tienen sabor de autenticidad porque estuve verdaderamente en esos lugares, viví esas situaciones, a veces incluso con riesgo para mi vida”.

El método Kapuscincki que el periodismo puede tomar como modelo: “Acción, conocimiento y memoria nutren una escritura precisa y delicada como un viejo reloj de manecillas. Y que como esos relojes y toda gran escritura, se oye”.

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12 enero 2007

Amistad y literatura

Paul Theroux tenía 23 años cuando en 1966 conoció a V.S. Naipaul, que ya era un escritor importante aunque no famoso. Theroux daba clases en una universidad de Uganda y soñaba con ser escritor. Naipaul creyó en él y le ayudó a introducirse en los círculos literarios de Londres. Comenzaba así una amistad que duró treinta años. Después de muchos encuentros, paseos, conversaciones y cartas, en las que se cruzaron valiosos consejos sobre la vida y la escritura, tras numerosos viajes por todo el mundo y decenas de libros escritos, la relación terminó.

Threroux escribió entonces la historia de esa amistad que tanto significó para él, para su formación como escritor y para su desarrollo como persona. La tituló La sombra de Naipaul y fue publicada en España por Ediciones B hace algunos años. Naipaul queda retratado como un hombre arrogante, egocéntrico, misógino, neurótico, mezquino, maleducado, insoportable, racista, intratable, despiadado, cruel. Si leyéramos algunos fragmentos aislados y escogidos del libro estaríamos de acuerdo con quienes acusan a Theroux de haber traicionado a su amigo por el solo hecho de lograr una buena historia. Pero también es el retrato de un ser excepcional, de un escritor auténtico, de alguien que vive para escribir. Y Theroux nos lo describe desde la admiración, convenciéndonos de que pasemos por alto sus numerosos defectos a cambio del privilegio de acercarnos a un hombre fuera de lo común. (“La amistad es más llana que el amor, pero también más profunda. Un amigo no sólo conoce tus defectos y los perdona, sino que ejerce de testigo”). Es decir, es un libro escrito desde al amor y no desde el resentimiento, al menos hasta los capítulos finales. Y la mejor prueba de ello es que mientras uno lo lee está deseando correr a la librería más cercana para buscar los libros de Naipaul (y no tanto los de Theroux). De las acusaciones de traición o rencor, el escritor americano se defendió diciendo que se hacía una mala lectura del libro si se concentraba la atención en el final. Es el relato de la evolución de una amistad, decía, no de su final.

Así lo he leído yo, pero otros lectores no lo han entendido así. Vargas Llosa calificó el libro de entretenido, pero infame, y a Theroux, de excelente escribidor de segundo orden. El libro, dice el escritor peruano, “destila resentimiento y envidia en cada página, pero, aunque el lector tiene conciencia desde el principio que el autor escribe por la herida, sin pretensiones de objetividad, desahogando el dolor y la cólera por la traición de alguien que idolatró, se resiste a echar esa basura a la basura”.

También Juan Bonilla hizo una lectura parecida y considero el libro una venganza, aunque divertida. Y Juan Forn denunció la mediocridad del autor: “La gran ironía de este libro es que Theroux termine malográndolo no por el escarnio con que retrata a su víctima sino por no saber retratarse a sí mismo con pimienta equivalente. Uno casi puede imaginarse al antillano llegando a la última página del libro y pensando: ‘Este inútil..., le doy el tema para el mejor libro de su vida y lo termina arruinando porque no sabe estar a la altura ni siquiera como personaje’”.

Es cierto, el personaje del joven Theroux que va creciendo a la sombra de su mentor es inferior al personaje Naipaul, a quien podemos imaginar calificando a su discípulo de “infe”, como solía llamar a la gente vulgar. Pero quizá no lo hiciera porque hay algo que salva al narrador Theroux de la mediocridad y es su capacidad para ver y admirar el talento ajeno, de rendirse a él, observarlo y absorberlo sin asomo de envidia, y comunicárnoslo a los lectores. Y, al fin, el narrador, por ejemplo, se hace perdonar su insistencia en relatarnos sus proezas sexuales o su desinteresada entrega al amigo porque también nos muestra su vulnerabilidad y la tristeza con la que el paso de los años va impregnando las cosas. Como dice Theroux en una frase terriblemente triste, hay algunas cosas que no resisten un análisis a fondo.

Así pues, un libro lleno de sabiduría sobre la escritura y sobre la amistad. Un libro escrito a partir del consejo que le repetía una y otra vez Naipaul al aprendiz de escritor: di la verdad.

Otros enlaces:
Una crítica del libro de Theroux publicada en el diario La Nación

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