24 octubre 2006

Politkovskaya


Anna Politkovskaya no se consideraba corresponsal de guerra, sino testigo y narradora de historias de la Rusia de hoy: la represión del ejército en Chechenia, la corrupción judicial, el sufrimiento de las víctimas del terrorismo, la vida cotidiana en Moscú. Sus investigaciones periodísticas sobre la represión en la Rusia de Putin y sobre todo su denuncia del genocidio de los chechenos a manos del Ejército le han costado la vida.

Decía que su trabajo, el periodismo, consistía en buscar la verdad y en ayudar a la gente. Pese a haber sufrido torturas y un envenenamiento, Politkovskaya (48 años, dos hijos) siguió dispuesta a sacrificarse porque pensaba que la vida no valía la pena si se guardaba silencio ante el crimen. "A mí constantemente me hace falta la verdad. Es como si respiraras oxígeno, pero no sintieras el aire fresco”.

Pensaba que su única protección era su trabajo, hablar y escribir con honestidad sobre lo que veía e investigaba. Su asesinato es una prueba de los siniestros tiempos que vive Rusia. “No tengo ninguna seguridad de que me pueda proteger (...) Para un periodista que trabaja en Rusia no hay ninguna protección garantizada. Allí los guardaespaldas no sirven para nada. Es ridículo que un periodista lleve un guardaespaldas. Aún en caso de llevarlo, no serviría. Mi única forma (de protegerme) es que nunca miento; y mi familia, que me apoya”.

"If you don't have the strength to control your emotions, you're of no help to the people who are in such shock and pain. You only add to their burden", she says

“Politkóvskaya llegó a su casa ubicada en el número 8/12 de la calle de Lesnáya, cerca de la estación ferroviaria de Bielorrusia, el sábado a las cuatro y cinco de la tarde. Dejó el Lada color plateado a pocos metros de la entrada al edificio, tomó dos paquetes que había puesto en el asiento delantero y subió a su apartamento. Dejó los comestibles en la cocina y bajó a por los paquetes con verduras y productos de limpieza y de higiene personal que dejó en el asiento trasero del coche. Pero ni siquiera logró salir del ascensor.
El asesino la esperaba en la planta baja. En cuando se abrieron las puertas del elevador disparó tres tiros a quemarropa. Los médicos forenses consideran que su muerte fue prácticamente instantánea: las dos primeras balas le dieron en el pecho y en el corazón, y la tercera, probablemente cuando el cuerpo de Politkóvskaya ya caía abatido, en el hombro. El asesino hizo un cuarto disparo: directamente a la cabeza de la periodista ya sin vida. Es la marca de los profesionales: disparan lo que llaman un tiro de control -que no de gracia- para asegurarse de que efectivamente han matado a la persona que les han encargado. Antes de retirarse, el hombre abandonó -como suelen hacer los asesinos a sueldo- el arma en el lugar del crimen.
Nadie oyó nada en el edificio: la pistola usada tenía silenciador. Una vecina se llevó una terrible sorpresa minutos más tarde, cuando llamó al ascensor: dentro se encontró con el cuerpo ensangrentado de Anna Politkóvskaya.”
Crónica de Rodrigo Fernández en El País, desde Moscú (10-10-2006).

David E. Kaplan: Now they've killed Anna. An assassin murdered Anna Politkovskaya, one of Russia's leading investigative reporters, in Moscow on Saturday. She's the latest of 43 journalists killed in Russia since 1992…”

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06 octubre 2006

Arcadi 1984


1984 no pasó porque se escribió”. Eso dijo Arcadi Espada el martes en Murcia. No ha existido ni existirá el totalitarismo a escala global, pero siempre hay un 1984 instalado en alguna parte del mundo. Espada enumeró algunos: el mundo comunista, Ruanda, Corea del Norte, los islamistas fanáticos, la Argentina de los montoneros y los milicos, China, los años de plomo en el País Vasco, Cuba.

¿Cuál es el rasgo distintivo de 1984? El Mal sin sentido. No hay discurso de justificación del mal por parte del tirano. El único móvil de Big Brother es el ejercicio del poder. Su estrategia es la confusión causada por la pérdida de sentido de las palabras y, con ellas, de la historia. Al servicio de la política, las palabras ya no son lugares de encuentro humano ni instrumento de concordia.

Y quizá lo más perturbador sea que se trata del Mal victorioso. Los malos ganan, a veces. Y cuando el Mal vence hay que resignarse. Sólo queda llorar lágrimas perfumadas de ginebra, como Winston en ese desesperanzado último párrafo que leyó Espada durante su conferencia.

1984 no pasó, pero retazos de la profecía de Orwell forman parte de la política y la cultura contemporáneas. El descrédito de la verdad, la confusión entre lo verdadero y lo falso, el relativismo cognitivo, el eufemismo como veneno del lenguaje periodístico (“No es que el eufemismo forme parte del periodismo, el eufemismo es el sistema periodístico”, dijo Espada), la falta de sinceridad, la ocultación de las auténticas intenciones, el desprecio de las palabras cuando obstaculizan el afán de poder.

1984 hoy. Dijo Raúl Rivero el miércoles en Veo: “Lo único que sostiene la dictadura de Fidel Castro es la propaganda y la policía”. Es decir, la Policía del Pensamiento, el Ministerio de la Verdad. Las mentiras y la fuerza. Mentiras cuidadosamente elaboradas.

Winston no sabe para quién escribe a escondidas del ojo de Big Brother. Sin esperanza de un futuro después de la aniquilación total. “Para el pasado o para el futuro, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho”. No sabe para quién, pero sí para qué. Para dar continuidad a la verdad y a la libertad.

La lección ética de Orwell, según Espada: la búsqueda de la verdad por encima de coyunturas políticas o filosóficas.

Lecturas imprescindibles: Persona non grata, de Jorge Edwards, libro reeditado por Alfaguara; La política y la lengua inglesa, artículo de Orwell publicado en la revista Letras Libres.

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