18 septiembre 2006

Graham-Yooll: lección de periodismo


Andrew Graham-Yooll (1944) es un periodista argentino, de padres británicos, que trabajó en el periódico editado en inglés Buenos Aires Herald durante diez años, incluidos los seis primeros meses de la dictadura militar tras el golpe del general Videla, hasta que huyó del país junto a su mujer y sus hijos para exiliarse en Londres. Actualmente es el director de este rotativo que acaba de cumplir 130 años.

Su libro Memoria del miedo, que reúne escritos sobre su experiencia de la violenta década de los 70, acaba de ser publicado por primera vez en España (editorial Libros del Asteroide), con más de veinte años de retraso. La primera versión de la obra fue editada en inglés en 1981 en Londres con el título Portrait of an Exile y reeditada en Nueva York en 1982 como A Matter of Fear. En castellano no se publicó hasta el año 85, en Buenos Aires.


Según cuenta el autor en la introducción, el germen de los textos reunidos está en las historias que le contaba a un amigo en un pub londinense a la salida del trabajo. Se trataba de historias que hablaban de las experiencias vividas en su país natal y que le atormentaban día y noche porque su argumento principal es el miedo y el asesinato. “Para mí siempre ha sido el libro de un cobarde que necesita vomitar lo vivido y lo visto por miedo a repetirlo”, escribe Andrew Graham Yooll.

Por lo tanto, los doce capítulos en que se divide el libro, que tiene un total de 253 páginas, no son reportajes escritos en el momento en el que ocurrieron los hechos o que fueran publicados en su periódico argentino, pero tampoco se trata de un libro de memorias ni de un diario íntimo ni de un ensayo con reflexiones políticas o históricas. Aunque las historias vieran la luz años después de ocurridos los hechos, lo que podemos leer es periodismo puro y duro. Porque el estilo es periodístico (descripciones, diálogos y narraciones que se quedan grabadas por su precisión y vivacidad), como lo es su intencionalidad (esa necesidad de ver y contar y finalmente dejar un testimonio blindado contra las trampas de la historia) y su punto de vista (el periodista es todavía un hombre perplejo ante la realidad que hace las preguntas adecuadas).

Periodismo del bueno, es decir, necesario (escribió estas historias “para la gente que creyó que esto no podía ocurrir”) , humilde (“el diario de un cagón, que no quiere volver a cagarse, a ser vencido otra vez por el miedo”), humano y rebosante de vida (aunque hable tanto de muerte).

Una lección de objetividad. Simplemente porque mientras leemos los hechos más atrozmente increíbles nos creemos hasta el más pequeño detalle, jamás dudamos de que cada palabra fue dicha tal como queda registrada y de que cada acción ocurrió exactamente como nos la cuenta. Es objetivo porque consigue que demos crédito a lo que narra. Porque la objetividad no es una cuestión de utilizar la primera o la tercera persona, ni de equidistancia ni de neutralidad o frialdad, ni de opinar o dejar de opinar. En estos reportajes aparece en muchas ocasiones el autor como un personaje más, con sentimientos, impresiones, miedo. Por ejemplo, en el capítulo que narra la entrevista con un antiguo torturador, la descripción del miedo que siente el periodista contribuye a que el lector comprenda mejor la escena: “Mi estómago produjo un ruido como el que hace un líquido al pasar por un caño repentinamente desobstruido... una premonición de pánico. Levanté la taza y bebí el té para ocultar mi cara”. E instantes después podemos notar su terror al atreverse a formular la pregunta que tantos años llevaba queriendo hacer. “¿Le agradaba lo que les hacía a los que tomaba prisioneros?”

De preguntas como esa está lleno el libro. Creo que ahí reside la objetividad. En las preguntas que hace el periodista. En su forma de mirar las cosas. Y luego, claro está, el respeto por los hechos, el rigor y la profesionalidad para comprobar los datos, y el desprecio por el engaño.
El primer capítulo narra una rueda de prensa clandestina de la guerrilla ERP (Ejército Republicano del Pueblo) a la que asistió en junio de 1973. Es ya una muestra de todas las virtudes de estos reportajes: sencillez en las descripciones, precisión en la narración de acciones y, sobre todo, un punto de vista que, al no ser el de un político, le permite señalar como verdugos a los militares pero también a los guerrilleros. “Cuando [los jefes de la guerrilla] entraron al salón en aquel ventoso y lluvioso día de junio, me volvió a asaltar el pensamiento, no en la mente sino en el estómago, de que esos hombres habían matado. Y, sin embargo, parecían encantadores...


El País publicó recientemente una entrevista con Graham-Yooll.
Hay otra entrevista interesante en La Nación.
El escritor Horacio Vázquez-Rial escribió una crítica en la que decía: "el libro que me hubiese gustado escribir es precisamente el que ha escrito Andrew Graham-Yooll".
Un punto de vista diferente lo podemos encontrar en el blog de Jean François Fogel. "Habla como persona que tuvo miedo al vivir allá y no como historiador o periodista –segunda sorpresa-. Su potencia no tiene que ver con lo que cuenta sino con cómo lo cuenta. Llega a su tope como cuentista cada vez que prescinde de la primera persona del singular. Su memoria del miedo no se describe con un 'Yo', tampoco con un 'vos' (estamos en Argentina). Lo que le corresponde decir pasa por un 'nosotros'".
Espléndido también el artículo de Arcadi Espada.

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